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Filosofía: el porqué de todo

                  Filosofía: el porqué de todo

Mario Evaristo González Méndez

¿Qué es la filosofía? Hay tantas definiciones y descripciones al respecto que es imposible asumir una respuesta unívoca. Cada filósofo ofrece su razonamiento y, a su modo, sintetiza lo que ha recibido de otros tantos pensadores a través del estudio, de la lectura y de la reflexión. Conviene recordar que, según su etimología griega, filosofía significa «amor a la sabiduría».

Por mi parte, sin ser filósofo, más bien un principiante en su estudio, acudo a la definición clásica que ofrece Jacques Maritain, quien recoge, a su vez, la tradición filosófica fundada en Tomás de Aquino:

La filosofía es el conocimiento científico que mediante la luz natural de la razón considera las primeras causas o las razones más elevadas de todas las cosas; o de otro modo: el conocimiento científico de las cosas por las primeras causas, en cuanto éstas conciernen al orden natural. (Maritain, 1920).

Así, la filosofía es el más alto grado de conocimiento posible por el ser humano. La búsqueda de las causas primeras de las cosas, es decir, el porqué fundamental de todo, responde a la tensión natural de la inteligencia humana que inquieta la interioridad de la persona para hallar respuestas a las interrogantes que resultan de su existencia.

La inquietud de la interioridad siempre busca el cause de su satisfacción. La filosofía es el cauce de la sabiduría; a través de su método, transforma la inquietud sin sentido en preguntas que dirigen el esfuerzo de la razón hacia la verdad. La filosofía, en cuanto ciencia, implica un proceso y éste requiere tiempo, por tanto, es imprescindible el ejercicio de la paciencia. Así, la filosofía es un ejercicio de virtud; no se puede cultivar este conocer sin atender la disciplina que mantiene firme la tensión entre la pasión y la razón. Y la virtud no es tal si se aparta de la humildad, condición que mantiene a la persona en apertura para conocer y actualizar la potencia de su ser. La humildad, en el método filosófico, es el humus que nutre el «asombro», materia prima para desdoblar la inteligencia del espíritu humano.

La filosofía es un conocer necesario porque saca a la luz lo verdadero, lo bueno y lo bello de todas las cosas, apetencia natural de la inteligencia y la voluntad; produce el ideal de justicia en que se funda la acción de la libertad. Siendo así, la filosofía es la ciencia de la conciencia crítica del hombre; con frecuencia se haya contraria al delirio de la moda, a la estupidez de lo políticamente correcto y al ambiguo parecer de la opinión pública, pues la filosofía funda sus principios en la evidencia legítima de las verdades de hecho, fruto de la experiencia sensible; en los primeros principios de la inteligencia, aclarados por medio de la reflexión crítica; y en las consecuencias deducidas de esos primeros principios (Maritain, 1920). Y no se conforma según el parecer de la autoridad concedida por la opinión, la moda o el voto, cuya débil legitimidad perece tan pronto como alcanza su popularidad.

La filosofía, así descrita, halla en todo tiempo la dificultad de lo urgente; los hombres y las mujeres procuramos atender aquello que se nos presenta como una emergencia y reclama la totalidad de nuestra atención y nuestro esfuerzo, dejando la sensación de que «no hay tiempo» para nada más. En nuestro siglo, la situación se ha agravado; muy pocas personas «tienen tiempo» y así, ante las preguntas del porqué, el común de los hombres y las mujeres se conforman con asirse a respuestas inmediatas, generalmente placenteras y fugaces (por eso tildadas de útiles o prácticas, que dan un para qué), que no hacen sino cavar más profundo en la interioridad al punto de herir la existencia y, ante la aversión al dolor, se vuelve a aceptar cualquier estímulo que anestesie la inquietud interior sin alcanzar a saciarla. El nuestro es un momento en que la condición humana ya no es condicionante sino condicionada, el auge de libertades fragmenta la libertad y no queda más que la alienación.

En nuestra época, la mediocridad es la medida de lo posible y el sentimiento es criterio de verdad. La razón es señalada de ociosa, improductiva y, por tanto, innecesaria. La ciencia de la filosofía no da respuestas espontáneas ni terminadas, no resuelve los problemas urgentes y no aumenta el capital monetario de los patrocinadores de la democracia global. La filosofía cuestiona, critica y reconoce los límites en los cuales la libertad es posible y la verdad asequible, no como un deseo imaginado, sino como una realidad en acto. Así, mantiene la apertura de la inteligencia humana para desarrollar la ciencia, la técnica y la comprensión.

Cultivar la filosofía evita que la existencia humana se diluya en imperativos analgésicos de la conciencia y en horas hiperproductivas que degeneran la actividad propiamente humana. La filosofía nos conviene para hacer frente a la cultura de lo desechable y de lo rápido, nos mantiene atentos en la búsqueda de lo fundante sin lo cual toda experiencia concluye en sinsentido.